Dharma in Spanish

¡Bienvenidos a nuestra nueva sección de Dharma en Español! Aquí en Tricycle reconocemos la importancia de seguir ofreciendo el dharma a los practicantes de una amplia gama de comunidades, y dado el creciente interés en el dharma en español, hemos puesto en marcha una nueva iniciativa para ofrecer enseñanzas originales y traducidas. Profesores de habla hispana de Latinoamérica y Europa han contribuido generosamente con charlas de dharma y prácticas que publicaremos en nuestra página web y en la revista, así como con artículos seleccionados de nuestra Sección de Enseñanzas. Esperamos que estos artículos cuidadosamente seleccionados les inspiren, desafíen y apoyen, y que también animen a todos aquellos que buscan la liberación a recorrer el camino de la práctica.  

No dudes en hacernos llegar tus comentarios o sugerencias. Nos encantaría saber de ustedes.

Welcome to our new Dharma in Spanish section! Here at Tricycle we recognize the importance of continuing to make the dharma available to practitioners across a wide range of communities, and given the increased interest in Spanish dharma, we’ve started a new initiative to offer ongoing original and translated teachings. Spanish speaking teachers from both Latin America and Europe have generously contributed dharma talks and practice pieces that we’ll be publishing in our website and print magazine, as well as selected pieces from our Teachings section. It’s our hope that these carefully curated offerings will inspire, challenge, and support you and encourage all those seeking liberation to walk the path of practice.  

Please don’t hesitate to reach out with your comments or suggestions. We’d love to hear from you.

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Hace muchos años, estaba hablando de los Cuatro Votos del Bodhisattva con una compañera practicante del dharma y, sintiéndome un tanto agobiada por cualquiera que fuera el conflicto por el que estábamos pasando en el monasterio en donde vivía en ese momento, dije algo así como: “No sé muy bien cómo acabé siendo monja. A menudo no quiero tratar con la gente”.

“Pero, tomas esos votos todas las noches…” dijo mi amiga, frunciendo. “¿Cómo creías que ibas a salvar a todos los seres sin tratar con ellos?”

“Bueno”, respondí, “como que eso no lo tomé en consideración”.

Nos reímos, pero de cierta manera, era verdad lo que decía. Había cantado los Cuatro Votos del Bodhisattva todas las noches durante años, pero cuando los oí por primera vez—]y durante mucho tiempo después—no los consideré con la atención que merecían. Si lo hubiera hecho, quizá habría salido corriendo—tal y como hizo una recién llegada al monasterio cuando los oyó por primera vez. Un domingo se unió a nuestro programa matutino y, tras escuchar el discurso del dharma, se quedó boquiabierta mientras cantábamos:

Los seres sintientes son innumerables; prometo salvarlos.
VeLos deseos son inagotables; prometo agotarlos.
Los dharmas son ilimitados; prometo dominarlos.
El camino del Buda es inalcanzable; prometo alcanzarlo.

¿Escuchan lo que están diciendo?, pensó, y en cuanto terminamos, corrió a su coche y se marchó, para no volver al monasterio dentro de los próximos veinte años.

¿Qué impulsa a alguien a hacer votos imposibles? ¿Somos los budistas bienintencionados pero quijotescos, benévolos aunque ilusos? Daido Roshi, mi primer maestro, pensaba que era la propia imposibilidad de estos votos lo que los hacía tan poderosos. 

“Los seres sintientes son innumerables: ¡es imposible salvarlos a todos!”, gritaba desde su asiento de maestro, y la manga larga de su túnica verde pálido ondeaba mientras gesticulaba con su bastón. 

Hay ocho mil millones de personas en el planeta y billones más de seres sintientes que exigen nuestro cuidado y respeto. ¿Cómo podemos salvarlos a todos? ¿Qué significa salvarlos? No podemos protegernos a nosotros mismos ni a los demás de la enfermedad, la vejez o la muerte. No podemos quitarles a otros el sufrimiento. ¿Qué prometemos hacer, por tanto, cuando hacemos este voto?

“Los deseos son inagotables, no podemos acabar con ellos”, decía Daido Roshi, su voz cada vez más fuerte e insistente. 

El deseo alimenta al deseo. No hay manera de darle fin al deseo no examinado, no controlado, no refrenado. Pero incluso si somos capaces de moderar nuestro anhelo, ¿qué hacemos con los deseos sanos, como el deseo de alimento, de amor, de despertar? ¿Son iguales todos los deseos? ¿Y qué significa acabar con ellos? ¿Es ésto un deseable objetivo?

“No podemos poner el dharma dentro de un cuadro”, continuaba mi maestro, inclinándose en nuestra dirección y mirándonos atentamente por encima de sus gafas. “No podemos hacerlo”.

Las múltiples enseñanzas que describen las múltiples formas en que los fenómenos (también llamados dharmas) se comportan e interactúan apenas rozan la superficie de la realidad. Lo que no sabemos supera con creces lo que sabemos. ¿Cómo podemos soñar con enmarcar, comprender, lo que es por naturaleza inefable?

“El Camino de Buda es, por definición, inalcanzable”, decía Daido Roshi, su voz un poco más calmada en anticipación del crescendo de su discurso. Muchos de nosotros ya habíamos escuchado exactamente la misma enseñanza, pero no dejaba de ser emocionante. Daido Roshi sabía cómo montar un espectáculo para plantear un tema.

Un buda no se hace, dice este voto. Un buda se realiza, lo que significa que no practicamos para convertirnos en budas; practicamos como expresión de nuestra budeidad. El Camino de Buda es realmente inalcanzable porque no es algo que carecemos. Es imposible, inconcebible, inimaginable pensar que alguna vez obtendremos algo de esta vía. 

“¡No es posible alcanzar el camino!” gritaba Daido Roshi al llegar a este punto, “y sin embargo, ¡prometo hacerlo, no importa lo imposible que sea! ¡Es un sueño imposible!” Próxima escena: la primera estrofa de “El sueño imposible” de El hombre de La Mancha, en el barítono de Daido Roshi que llenaba el zendo.

Soñar, lo imposible soñar
Vencer al invicto rival
Sufrir el dolor insufrible
Morir por un noble ideal…

“¡Esto es imposible!”, decía en conclusión. “Así que si están aferrando a la esperanza, ¡olvídenlo! No hay esperanza. Pero un bodhisattva no necesita esperanza, ¡un bodhisattva tiene un voto!”.

Lo mensurable, lo alcanzable o lo contenible no es donde encontraremos la liberación. Necesitamos que los votos sean así de vastos, así de ilimitados, para poder aspirar y practicar sin limitaciones. Yo llamo a esto la versión macro de los Cuatro Votos del Bodhisattva, que amplía nuestra visión y luego nos pide que la vivamos en nuestra vida. 

En lugar de volvernos hacia el exterior en busca de validación o logro, nos volvemos hacia el interior reconociendo que nunca encontraremos lo que buscamos. ¿Por qué? Porque es la búsqueda misma la que nos impide ver que ya somos y tenemos lo que necesitamos.

Si todos los seres, todas las cosas, todos los deseos, todas las verdades, todos los caminos y todos los medios están en nosotros (y lo están), entonces no hay nada a que aspirar, nada que alcanzar. En lugar de volvernos hacia el exterior en busca de validación o logro, nos volvemos hacia el interior reconociendo que nunca encontraremos lo que buscamos. ¿Por qué? Porque es la búsqueda misma la que nos impide ver que ya somos y tenemos lo que necesitamos.

Por otro lado, es útil tener una visión más concentrada del camino del bodhisattva para guiar nuestras acciones cotidianas. Esta es la versión micro de los votos, que nos presenta instrucciones claras para la práctica en tiempo real:

Por innumerables que sean los seres, prometo atenderlos con bondad Vencer al invicto rival e interés.
 e interés.
Por inagotables que sean los estados de sufrimiento, prometo tocarlos

con paciencia y amor.
Por inconmensurables que sean los dharmas, prometo explorarlos

con profundidad.
Por incomparable que sea el misterio del interser, prometo entregarme 
a él libremente.

Esta traducción es de Thich Nhat Hanh, y es a la vez centrada y factible—casi un alivio después de la extravagante versión anterior. Pero lo que la primera versión carece de sentido práctico, lo compensa con aspiración. Lo que a la segunda le falta de misterio, lo compensa con funcionalismo. La versión macro nos empuja a hacernos grandes, tan grandes que nos damos cuenta de que no tenemos límites. Es una aspiracional. La versión micro nos ofrece una dirección para el camino. Es accionable. A lo mejor no sabemos que significa salvar a alguien, pero sin duda podemos atenderlos con amabilidad. Podemos practicar la paciencia y el amor ante nuestras carencias. Podemos estar dispuestos a aprender lo que aún no sabemos, y a no dar por hecho lo que fácilmente asumimos. Podemos abrirnos al misterio de esta vida y confiar en su sabiduría, que no es distinta de la nuestra. Macro y micro: dos puntos de vista diferentes para una misma realización de una vida bien y sabiamente vivida.

Como lentes progresivos, estas dos versiones de los votos nos proporcionan la potencia óptica que necesitamos para ver y actuar con mayor claridad y destreza. Juntos, nos presentan un mundo que es a la vez vasto y diminuto, misterioso y ordinario, inconcebible y accesible. 

Despertar del sueño del samsara es, sin duda, una enorme tarea y, aun así, cada día millones de personas prometen hacerlo. Así que quizá haya algo quijotesco en nosotros los budistas, algo extravagante y poco práctico. Pero dado que la razón no nos ha ayudado a resolver la persistente cuestión de cómo vivir bien juntos, yo digo que apostemos por el idealismo.

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M

any years ago, I was discussing the Four Bodhisattva Vows with a fellow dharma practitioner and—feeling a little put upon by whatever conflict we were having at the monastery where I lived—I said something along the lines of. “I’m not quite sure how I ended up as a monk. I so often don’t want to deal with people.”

“But, you make those vows every night…” she said, frowning. “How did you think you were going to save all beings without dealing with them?”

“Well,” I answered, “I didn’t think that part through.”

We laughed, but in a sense it was true. I’d chanted the Four Bodhisattva Vows every night for years, but when I first heard them—and for a good long while after that—I didn’t consider them with the careful attention that they deserved. If I had, I might have run for my life—just as one newcomer to the monastery had done when she’d first heard them. She’d joined us for our morning program one Sunday, and after listening to the dharma discourse, sat open-mouthed as we chanted:

Sentient beings are numberless; I vow to save them.
Desires are inexhaustible; I vow to put an end to them.
The dharmas are boundless; I vow to master them.
The buddha way is unattainable; I vow to attain it.

“Do these people hear what they’re saying?” she must have thought, and as soon as we were done, she ran to her car and drove away, not to return to the monastery for another twenty years.

What prompts anyone to make vows that are essentially impossible? Are we Buddhists well-meaning but quixotic, benevolent though wishful? Daido Roshi, my first teacher, felt it was the very impossibility of the vows that made them so powerful. 

“Sentient beings are numberless—it’s impossible to save them all,” he’d yell from the teacher’s high seat, the long sleeve of his pale green robe billowing as he gestured with his teaching stick. 

There are eight billion people on the planet and trillions more sentient beings demanding our care and respect. How can we hope to save them all? What does it even mean to save them? We can’t protect ourselves or others from sickness, old age, or death. We cannot take away the suffering of others. What are we vowing to do, therefore, when we make this vow?

“Desires are inexhaustible—we can’t possibly put an end to them,” Daido Roshi would say, his voice getting louder and more insistent as he revved up. 

Desire feeds desire. There’s no end to unexamined, unchecked, uncurbed want. But even if we’re able to temper our craving, what do we do with wholesome desires like the wish for nourishment, for love, for awakening? Are all desires created equal? And what does it mean to put an end to them? Is that even a desirable goal?

“You can’t put a frame around the dharma,” my teacher would continue, leaning forward in his seat and glaring at us over the top of his glasses. “Can’t do it.”

All the many teachings that describe all the many ways in which phenomena (also called dharmas) behave and interact are only scratching the surface of reality. What we don’t know vastly exceeds what we do. How can we possibly dream of framing, understanding, what is by nature ineffable?

“The Buddha Way is unattainable—by definition,” Daido Roshi said. Here, his voice would drop a notch, anticipating his talk’s crescendo. Many of us had heard the exact same speech before, but it was still thrilling. Daido Roshi knew how to put on a show to make a point.

A buddha isn’t made, this vow says. A buddha is realized, which means we don’t practice to become buddhas; we practice as the expression of our buddhahood. The Buddha Way is indeed unattainable because it isn’t something we lack. It’s impossible, inconceivable, unimaginable to think that we’d ever get anything out of the path. 

“I can’t possibly attain the way,” Daido Roshi would then bellow, “and yet, I vow to do it—impossible as it is! An impossible dream!” Cut to: the first stanza of “The Impossible Dream” from Man of La Mancha, Daido Roshi’s baritone filling the zendo.

To dream the impossible dream
To fight the unbeatable foe
To bear with unbearable sorrow
To run where the brave dare not go…

“This is impossible,” he’d say in conclusion. “So if you’re hanging on to any sense of hope, forget about it! There is no hope! But a bodhisattva doesn’t need hope—a bodhisattva has vow!”

The measurable, the attainable, or the containable is not where we’ll find liberation. We need the vows to be this vast, this limitless, so we can aspire and practice limitlessly. I call this the macro version of the Four Bodhisattva Vows, which expands our view and then asks us to catch up to it in our living. 

Instead of turning outward for validation or accomplishment, we turn inward, recognizing that we’ll never find what we seek. Why? Because it’s our seeking that prevents us from seeing that we already are and have what we need.

If every being, every thing, every want, every truth, every path, and every means is contained in us (and it is), then there’s nothing to reach for, nothing to attain. Instead of turning outward for validation or accomplishment, we turn inward, recognizing that we’ll never find what we seek. Why? Because it’s our seeking that prevents us from seeing that we already are and have what we need.

On the other hand, it’s helpful to have a more focused view of the bodhisattva path to guide our day-to-day actions. This is the micro version of the vows, which presents us with clear instructions for practice in real time:

However innumerable beings are, I vow to meet them with kindness
    and interest.
However inexhaustible the states of suffering are, I vow to touch them
    with patience and love.
However immeasurable the dharmas are, I vow to explore them deeply.
However incomparable the mystery of interbeing, I vow to surrender
    to it freely.

This translation is Thich Nhat Hanh’s, and it’s both grounded and feasible—a relief, almost, after the extravagant first rendering. But what the first version lacks in practicality, it makes up for in aspiration. What the second lacks in mystery, it balances with functionalism. The macro version pushes us to get large—so large that we realize that we are boundless. It’s aspirational. The micro version offers us direction for the path. It’s actionable. We may not know what it means to save someone, but we can certainly meet them with kindness. We can practice patience and love in the face of our wants. We can be willing to learn what we don’t yet know, and not assume even what we think is given. We can open to the mystery of this life and trust in its wisdom, which isn’t different from our own. Macro and micro: two different views for one realization of a life well and wisely lived.

Like progressive lenses, these two versions of the vows provide us with the optical power that we need to see and act most clearly and skillfully. Together, they bring into focus a world that is both vast and minute, mysterious and ordinary, inconceivable and accessible. 

To wake up from the dream of samsara is indeed a daunting task and still, every day, millions of people vow to do it. So maybe there is a little of the quixotic in us Buddhists, a little of the extravagant and impractical. But given that reason hasn’t helped us solve the persistent question of how to live well together, I say let’s put our money on idealism.

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